El eterno amor entre la izquierda y la violencia

Por Mr. Alejandro

A lo largo de la historia, los movimientos de izquierda han estado frecuentemente asociados con grandes actos de violencia, muchas veces representados como una herramienta de transformación social o como un mecanismo de acción contra la “opresión”. Pero, ¿existe una relación inevitable entre ambos o simplemente es una estrategia que se utiliza en ciertas circunstancias?

Dicho lo anterior, la izquierda, en su esencia filosófica, se presenta como un proyecto de salvación para aquellos grupos que considera oprimidos por el “sistema”. Sus raíces ideológicas se alimentan de promesas que ofrecen un mundo más justo, donde las desigualdades que genera el “sistema” sean erradicadas y la riqueza se distribuya equitativamente. Sin embargo, la realidad supera la ficción, ya que los “sistemas” de poder y control no ceden sus “privilegios” de manera voluntaria, y aquí es donde surge la crisis existencial de la izquierda: negociar con las herramientas del sistema o destruirlo por la fuerza.

Antes de que la izquierda recurra a la violencia física, primero ataca el lenguaje y transforma las palabras. Su primer golpe es la manipulación semántica. Empiezan a deshumanizar a sus adversarios reduciéndolos a categorías abstractas como “opresores”, “fascistas”, “cómplices” y “explotadores”, lo que justifica la agresión como un acto de justicia social. Aquí es donde surge una contradicción evidente: si su objetivo es la equidad y la dignidad humana, ¿por qué deshumanizar a cualquiera que se oponga a su ideología?

En la narrativa marxista clásica, el empresario no es un individuo con matices, sino un explotador por definición. No importa si genera empleo o si sus condiciones laborales son justas; su posición dentro del sistema capitalista lo convierte automáticamente en enemigo de la clase trabajadora. En la retórica de la izquierda radical, cualquiera que no comparta sus postulados es etiquetado como "fascista", sin importar sus verdaderas posturas.

No obstante, es crucial distinguir entre la violencia como medio y la violencia como fin. Si bien es cierto que muchos movimientos de izquierda han empleado métodos violentos, siempre justifican su uso como un mal necesario para alcanzar un “bien mayor”: justicia e igualdad social. Sin embargo, la izquierda no utiliza la violencia solo para tomar el poder, sino para perpetuarse en él.

La pieza clave de la izquierda revolucionaria es que necesita un enemigo permanente para justificar su violencia. Si la lucha es su motor de cambio, la paz se convierte en una amenaza. Esto explica por qué, en muchas ocasiones, los regímenes de izquierda no se conforman con alcanzar el poder por la vía democrática; incluso ya en el gobierno, continúan en una eterna guerra ideológica.

El siglo XX está repleto de ejemplos de lo que ocurre cuando la izquierda toma el control. Desde las purgas de la Revolución Rusa hasta los genocidios de Mao en China o los Khmer Rojos en Camboya, millones de vidas fueron sacrificadas en nombre de una "liberación" que nunca llegó. No se trató de errores ni de desviaciones, sino de la consecuencia lógica de su ideología. Como dijo Mao: “El poder nace del cañón de un fusil”.

La pregunta clave aquí es: ¿puede la izquierda resistirse a la tentación de usar la violencia? ¿Es posible una revolución pacífica? Muy posiblemente, la respuesta se encuentra en las noticias que vemos día con día. La historia está llena de revoluciones que devoraron a sus propios hijos, y la izquierda sigue sin comprender las consecuencias de un cambio radical sin un mecanismo real de construcción.

¿Puede construir una sociedad más justa sin caer en la misma violencia y opresión que dice combatir? La respuesta es simple: no, porque su propia esencia se basa en la destrucción.

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