La plaga del intelectualismo

Raudel Ávila Solís es un licenciado en Relaciones Internacionales por el Colegio de México y maestro en Relaciones Internacionales por la Universidad de Essex, Inglaterra. Es editorialista en El Universal y Letras Libres. Publico un artículo hablando acerca del libro” El pueblo bueno y sabio: Reflexiones sobre los linchamientos en México” escrito por Pablo Majluf, conocido periodista, popular en medios de comunicación por recientemente haber sido expulsado de La Hora de Opinar, programa de debate entre “intelectuales” dirigido a público de ínfulas similares, donde se enfrentaban puntos de vista supuestamente opuestos.              

Por su parte, Guadalupe Acosta Naranjo es un exdiputado perredista y exdelincuente electoral, al que, sin embargo, Raudel Ávila lo ha presentado como uno de los “voceros de la oposición”, al tiempo que compara a Acosta Naranjo con los trumpistas que ingresaron en el capitolio, cuya demografía principalmente se conformaba por padres de familia, abuelos y gente común, pero que en la narrativa de los liberales se presentó como extremistas de corte neonazi.

A partir de este incidente, Ávila se ha tirado exigiéndole cuentas a la “oposición” sin ser claro siquiera en a quién se dirige, cayendo en el error de otros tantos intelectuales a lo largo del último sexenio: dedicarse a hacer “crítica constructiva” a los opositores de forma desproporcionada en sus espacios, olvidando que su responsabilidad es cuestionar al poder, no a aquellos que cuestionan al poder.

Andrés Manuel López Obrador, desde el inicio de su gestión, se ha dedicado a atacar a los intelectuales, desde el supuesto de que estos eran los que podrían afectar la imagen de su mandato. No sabemos si falló en su enfoque –porque los intelectuales son incapaces de morder a mano que les da de comer- o si lo logró, la cuestión es que ahora los vemos quedarse callados viendo como las instituciones son resquebrajadas.                                           

Ha habido –en tiempo pasado- intelectuales que de alguna manera contribuyeron a la sociedad, por ejemplo, José Vasconcelos, que fue piedra fundacional de la SEP y de la ideología nacionalista mexicana; Cosío Villegas, que creó el FCE, pero desde Octavio Paz, colaborador del PRI hasta la huelga en la UNAM del 66’, fue el único en ver a tiempo los horrores de comunismo y condenarlo, lo que le valió el repudio de todos sus colegas. Pero la peor contribución de Octavio Paz al país fue convencer a la sociedad que necesitamos gente que vea todo desde fuera sin involucrarse en absoluto porque “el poder corrompe”, produciendo así una caterva de personajes que opinan de todo y, contrario a lo que nos dice la lógica, saben de poco, y encima cobrando por ello.

Hoy en día en México hay muchos “intelectuales”, pero todos evitan relacionarse con el poder si no es para alabarlo, como enseñó Carlos Fuentes. Todos utilizan frases gastadas sobre los maleficios de ejercer el poder, pero nunca dudan en aceptar dinero de las arcas públicas para hablar bien del poder. Antes, aun hablando sobre temas inicuos, hacían uso de buena prosa, ahora, demuestran tener una redacción más bien pobre, y usan palabras rebuscadas que ni siquiera saben utilizar correctamente, dejando ver que carecen hasta en lo mínimo que se esperaría de un intelectual, que es el manejo de la lengua. En el artículo que analizamos, Raudel Ávila dice “no hay nada debajo de la chistera opositora”, uno de varios lugares comunes que encontramos en el texto.  

Los intelectuales mexicanos se pueden dividir fácilmente en tres grupos: los que saben escribir, los que saben cobrar y los que no sabemos cómo es que alguien publica lo que escriben. De los que saben escribir, queda gente como Gabriel Zaid, que siempre se ha mantenido fuera del ojo público por miedo a perturbar su privacidad, y tiene una gran prosa, pero poco conocida; está Guillermo Sheridan, que escribe sobre cosas poco relevantes, pero con una escritura bastante correcta. El segundo grupo, está integrado por los dueños de periódicos y revistas, como los Krauze, Aguilar Camín, Daniel Chávez y el propio Pablo Majluf; también por los que aparecen en televisión, como Zuckerman. Algo curioso de estos empresarios es que todos han tenido escándalos por no pagar a sus empleados, ni siquiera lo acordado legalmente en su contrato, pero siempre saben percibir grandes ingresos por publicidad oficial del gobierno al que dicen enfrentar. El tercer grupo se conforma por los Viri Ríos, Raudel Ávila y otros tantos, muchos de los cuales escriben columnas para El Universal, cuyo trabajo no es ni digno de mención, casi siempre defendiendo causas populares en redes sociales, más no para el lector promedio de los periódicos que les dan plataforma.

Otra cosa que todos tienen en común es que se proclaman ateos, pero su concepción del mundo está lleno de esquemas religiosos: tienen un Diablo y una lista de demonios –inserte aquí los nombres que ya se imagina-, concepto del bien y el mal absoluto, reflejado en absurdos como “el lado correcto de la historia”, y su primo “el basurero de la historia”, que es una versión del infierno para aquellos que transgreden los principios de la sagrada democracia liberal, que es considerado dogmáticamente como el mejor sistema de gobierno. La verdadera izquierda como el paraíso terrenal, que nunca ha llegado al ser corrompido por la presencia del Maligno, A.K.A. el capital, entre muchos otros.

Será entonces de vital importancia llegar a dimensionar el papel que juegan los intelectuales en la sociedad que tenemos, en analizar quienes son, quien los puso en esa posición, quien les dio ese privilegio, quien los financia, quien les da plataforma, porque de ello dependerá, entre otros factores, el devenir de nuestra nación.


By Mr. Alejandro

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